Carta a los jovenes 2014-2015 (414 x 600)Sí, bendito riesgo. No podemos alcanzar nada valioso en nuestro desarrollo como personas esperando simplemente que nos llegue, que nos lo regalen, que no cueste esfuerzo, y que tengamos seguro el éxito antes de comenzar. Todo lo bueno cuesta, y cada uno debe asumir la responsabilidad de encauzar debidamente su vida.

La vida es responsabilidad de cada uno. Nadie puede vivir en lugar nuestro. Al mismo tiempo, la vida de cada uno es irrepetible, tiene su singularidad, porque Dios no nos creó iguales. Nadie somos clones de nadie. Por eso, la vida tiene todo el valor de la originalidad. No me refiero a que cada uno ha de buscar formas de vivir que sean originales por el afán de distinguirse. Eso sería una forma de llamar la atención, pero no de vivir auténticamente y de alcanzar la plenitud como personas según los talentos y la vocación recibida del Señor. Debemos procurar que la vida sea la plasmación de la voluntad de Dios. Esa voluntad la iréis descubriendo a medida que vayáis avanzando en edad, en conocimiento, en acercamiento al Señor y en aprovechamiento de la educación que recibís como cristianos.

Que cada vida sea irrepetible y, por tanto original, comporta que cada uno se pare a pensar qué significa ser persona creada a imagen y semejanza de Dios; qué significa haber sido redimido y elevado a la dignidad de hijo de Dios y miembro de la Iglesia por el Bautismo; qué comporta haber recibido unos talentos, unas cualidades, y contar con unos recursos personales, familiares, ambientales, etc. tanto en el orden espiritual como en el material. Para ello, habrá que procurar conocernos analizándonos con la ayuda de alguien que pueda hacerse cargo de nuestra realidad y de nuestra situación, y que tenga autoridad moral sobre nosotros. Nadie somos autosuficientes para construir nuestra historia camino de la plenitud.

No es posible alcanzar la libertad sin el dominio de sí mismo, y sin vencer la presión que ejercen sobre nosotros los instintos, las influencias ambientales no siempre favorables, los criterios extendidos en la sociedad, etc. La libertad requiere esfuerzo y dominio personal para vivir de acuerdo con unos criterios bien fundamentados; y esto se adquiere con paciencia, constancia, humildad y oración y con las ayudas necesarias que siempre tenemos a mano.

Es Dios el único que se interesa del todo por nosotros y que acierta en todo lo que hace por nosotros. Es Dios el único capaz de tener en cuenta nuestra singularidad y de ofrecernos lo que corresponde a nuestra situación concreta. Es Él quien sabe perfectamente lo que necesitamos y quien puede ofrecernos todas las ayudas, directamente y a través de quienes nos rodean, de quienes nos quieren y nos respetan. Pero para aprovechar toda esta riqueza de medios que se desprenden del amor incondicional de Dios es necesario asumir la propia e insustituible responsabilidad, y asumir el deber insoslayable de vivir con toda la valentía, con toda la decisión y con toda la confianza en la gracia de Dios; lo cual da la impresión, muchas veces, de que exige que nos arriesguemos, porque no se ve claro, humanamente, el resultado.

El Papa Francisco dice: “Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Este es el momento para decirle a Jesús: “Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores” (Evangelii gaudium, 3).

No quiero despedirme sin deciros algo que considero importantísimo. La Iglesia entera está preocupada por quienes no conocen a Jesucristo. Es lógico. Hemos recibido de Jesucristo el mandato de Evangelizar a todo el mundo. Este mandato no es una decisión arbitraria de Dios preocupado por extender su reino. Es la consecuencia de su amor infinito y de su conocimiento exhaustivo de cada uno de nosotros, porque os ha creado. Si nos quiere de verdad es lógico que desee para nosotros el bien mayor. Y Él sabe bien que ese bien no pude llegar de manos humanas esencialmente contingentes y, por tanto, limitadas y con riesgo de equivocarse. Ya vemos cada día los errores que se cometen en las distintas instancias, enseñanzas y propagandas o directrices de la sociedad. Esto no quiere decir que desconfiemos de todo lo humano. Quiere decir que en lo humano debemos buscar si está o no la huella de la acción divina.

Lejos de Dios no es posible descubrir la verdad, es casi imposible ejercer la justicia, y no se alcanza a disfrutar la paz integral y duradera. Esto que digo se puede verificar simplemente informándose de lo que pasa en el mundo y en nuestros ambientes más próximos. Quizá algunos lo hayáis experimentado en vuestra vida. ¡Cuántos aciertos y cuántos errores! Por tanto hay que anunciar el Evangelio para que las gentes conozcan a Jesucristo y disfruten del amor de Dios, del perdón, y del aliento que supone para todos saber que Alguien está pendiente de nosotros, y para que anide siempre en cada uno la esperanza y el ánimo suficiente para avanzar por el arduo camino de la vida atendiendo las enseñanzas de Jesucristo.

Os digo todas estas cosas al comenzar el curso porque es necesario que, en medio de los vendavales del mundo, mantengamos la serenidad, las actitudes y los comportamientos acordes con nuestra identidad original. No lo olvidéis: somos creaturas de Dios, e imagen y semejanza suya. Por el Bautismo hemos sido elevados a la condición de hijos adoptivos suyos y herederos de su gloria. Hemos sido distinguidos con el inmenso regalo de la fe y contamos con la gracia del Espíritu Santo. Por ello estamos pertrechados para la lucha que supone el apostolado; y tenemos el deber de procurar para los demás, según nuestras posibilidades, lo que hemos recibido sin merecerlo.

Queridos jóvenes:   tenéis muchas posibilidades para manteneros en el camino justo. Y contáis con muchos recursos para ayudar a vuestros compañeros a descubrir horizontes que les han podido quedar ocultos por las más diversas circunstancias. No olvidéis que el precepto de la caridad nos vincula a la suerte de los hermanos. Sed valientes y asumid con alegría y esperanza el compromiso de la evangelización de vuestros compañeros. En ello va vuestra fidelidad y, por tanto, vuestro camino de alegría y de esa paz interior que acompaña a la tranquilidad de conciencia cuando se vive como Dios manda.

Os deseo toda gracia de Dios y, con ella, todo éxito en vuestros proyectos.

Que el Señor os bendiga.

Santiago. Arzobispo de Mérida-Badajoz