El Domingo de Pascua, también conocido como Domingo de Resurrección, Domingo de Gloria o Domingo Santo, es la fiesta más importante para los cristianos de todo el mundo. Es tiempo de alegría y de gozo porque Jesús ha resucitado.
Con este Domingo comienza el Tiempo Pascual, los cincuenta días que van desde el Domingo de Resurrección hasta el Domingo de Pentecostés, que «se han de celebrar con alegría y júbilo, como si se tratara de un solo y único día festivo, como un gran domingo» (Normas Universales del Año Litúrgico, n 22).
Se renuevan por tanto los sacramentos de iniciación cristiana: el Bautismo y la Confirmación. De acuerdo con las Escrituras, se describe que en cuanto se hizo de día, tres mujeres van al sepulcro donde Jesús estaba enterrado y ven que no está su cuerpo. Un Ángel les comunica que ha resucitado. Este día da paso a una gran celebración para todos.
Homilía Mons. José Rodríguez Carballo
Vigilia Pascual 2025 – Catedral metropolitana de Badajoz
Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Pascua de Resurrección!
“Cristo ha resucitado. Sí, ¡verdaderamente ha resucitado!” (cf. Lc 24, 333-34). Este es el grito pascual que desborda de alegría toda la tierra, “inundada de tanta claridad”. Y nosotros que hemos seguido a Jesús desde Galilea hasta el Calvario, y que tal vez habíamos pensado que todo se había terminado con la “gran piedra” que cerraba el sepulcro (Mt 27, 60), hoy contemplamos llenos de estupor que “la piedra había sido retirada del sepulcro” (cf. Lc 24, 2) y escuchamos con gozo aquellas palabras que, por nosotros mismos, nunca hubiésemos podido imaginar: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?” (Lc 24, 5). Y también: “No temáis, ya sé que buscáis a Jesús, el Crucificado. No está aquí, ha resucitado” (Mt 28, 5-6). Y después del “escándalo” del viernes santo, Jesús vuelve a nuestra vida y queremos volver a ser discípulos que escuchan y se ponen en camino para realizar lo que hemos soñado, porque ahora todo es posible gracias a que sabemos, como ya confesaba el santo Job: “Que mi Redentor vive” (Job 19, 25).
“Cristo ha resucitado y con su resurrección “nuestra vieja condición ha sido crucificada” con él (Rm 6, 6), y hemos sido arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado (Pregón pascual). Por ello no cesamos de dar gracias al Señor y de proclamar su bondad y su misericordia, que es eterna” (Sal 117, 1). Cristo ha resucitado y, por sola su gracia, el Señor sacó nuestra vida del abismo y nos ha hecho revivir, cuando bajábamos a la fosa (Sal 29, 2-4). Por eso cantamos: “sublime es su victoria. Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación” (Ex 15, 1-2). Y decimos, una y otra vez: “Te ensalzaré Señor, porque me has librado” (Sal 29, 2).
Queridos hermanos y hermanas: Cristo, con su resurrección abrió una página nueva para la humanidad. La muerte ha sido vencida. Desde que Cristo ha resucitado, ninguna derrota, ningún sufrimiento, ninguna muerte podrá detener nuestro camino hacia la vida en plenitud. Dejémonos aferrar por Cristo y el Señor creará en nosotros un corazón puro, seremos renovados por dentro con espíritu firme y, si la hemos perdido, recuperaremos la alegría de la salvación (cf. Sal 50, 12-13).
Hermanos y hermanas: Jesús es nuestra Pascua. En él se manifiesta Dios como el Dios de la vida. Renovémosle hoy nuestro sí y ninguna dificultad podrá sofocar nuestro corazón y ninguna tumba podrá encerrar la alegría de vivir y ningún fracaso podrá llevarnos a la desesperación. Él puede correr las losas que oprimen nuestra alma.
En esta noche santa, dejemos que nuestro corazón desborde de júbilo: cantemos juntos la resurrección del Señor. Que de la oscuridad brote el grito inesperado: está vivo, ha resucitado. Que una llama nueva atraviese nuestro corazón, que un frescor nuevo invada nuestra voz. Es la Pascua del Señor. Es la gran fiesta de los vivientes, de todos los que “por el bautismo hemos sido incorporados a Cristo” y “sepultados con él en la muerte”, para que “vivamos una vida nueva” (Rm 6, 3-4). En él “nuestro hombre viejo fue crucificado” y cesamos de “ser esclavos del pecado” (Rm 6, 6). ¿Puede haber motivo de más alegría? Él nos ha librado: caminemos a la claridad de su resplandor; no entreguemos a otro nuestra dignidad. Aprendamos dónde está la fuente de la vida, dónde la luz para nuestros ojos y la paz para nuestro corazón (cf. Baruc 3, 14; 4, 4) ·
Es Pascua: rompamos con el pecado, renovemos nuestra existencia cristiana. Por algo esta noche es una noche bautismal. Y nosotros que ya estamos bautizados renovaremos las promesas de nuestro bautismo. Y muchos que no han recibido el bautismo lo recibirán esta noche. Nuestra Iglesia particular de Mérida-Badajoz se alegra por y con estos 7 catecúmenos que van a recibir el bautismo, junto con la comunión y la confirmación. Bienvenidos, queridos catecúmenos, a formar parte de la comunidad de discípulos del Señor Jesús. Bienvenidos a formar plenamente parte de nuestra familia. Os acogemos con afecto y admiración. Testimoniad delante del mundo lo que Dios ha realizado en vosotros, su bondad y su misericordia. Decid a todos, que Dios los ama y quiere su bien, su salvación.
Queridos catecúmenos, esta noche, por el bautismo recibiréis el regalo de tener a Dios por padre y a la Iglesia por madre; recibiréis el don del Espíritu Santo que os configura con Cristo y os da la fuerza necesaria para ser sus testigos en la Iglesia y en el mundo, y os acercaréis a la mesa de la Eucaristía para comulgar con el Cuerpo y la Sangre del Señor, así entraréis en su misterio, él habitará en vosotros y vosotros en él. No os olvidéis nunca de lo que hoy recibís, de la gracia que marca vuestra vida, y de lo que os hacéis coherederos. Tened siempre a Dios por Padre, y no olvidéis que la Iglesia es vuestra madre, seno materno que acoge, que arropa, que cuida y hace crecer; una Iglesia que nos da cada día a Jesús. Acercaos a la Iglesia para escuchar la Palabra, alimentaros con los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Reconciliación. Vivid la caridad.
El bautismo nos hace creaturas nuevas. Ha llegado el momento en que vosotros y nosotros echemos por tierra nuestras vendas y nuestros sudarios; restos que indican lo que aún nos tenía atados a la muerte: nuestros viejos hábitos, nuestras malas actitudes, nuestros tremendos egoísmos, nuestro pecado…es el momento de dejar atrás toda clase de ataduras y salir fuera de nuestros sepulcros y vivir resucitados, hombres y mujeres nuevos, capaces de andar por la vida de otra manera, cargados de fe, llenos de esperanza, libres de pecado y nuevos cristos que anuncia a todos que Dios nos ama. Es el momento de romper con las tinieblas en nuestra vida. Tenemos que saber encontrarnos con ese Jesús vivo y resucitado, tenemos que saber descubrirlo en la cotidianidad de nuestras vidas; tenemos que atrevernos a buscarlo donde realmente se encuentra, para aclarar nuestras oscuridades y nuestras dudas, para hacernos unas personas nuevas.
La Resurrección nos da fuerzas para seguir pidiendo los unos por los otros, nos acerca más los unos a los otros, derribando muros y fronteras que nos dividen y que hacen que no seamos hermanos. Con la alegría de la resurrección por bandera nos disponemos a cambiar aquello de nuestra vida que es necesario cambiar. Como Pedro y el otro discípulo, corramos al sepulcro para ser testigos de lo que ha sucedido (cf. Jn 20, 4). Como a María Magdalena, el Señor nos confía hoy a nosotros la misión de anunciar su resurrección (cf. Jn 20, 17-18). Como las mujeres de las que nos habla el Evangelio seamos apóstoles del Resucitado para los demás (Lc 24, 1-12). Qué bueno sería que la gente dijese de nosotros que somos los que hace sonar las campanas: las campanas de la Pascua, las campanas de la esperanza. Se lo pedimos al Señor.
Hermanos y hermanas: Es Pascua: “Caminemos a la luz del Señor” (Is 2, 5). Fiat, fiat, amen, amen.